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miércoles, agosto 31, 2005 Está bien que se mida con la dura
Sombra que una columna en el estío Arroja o con el agua de aquel río En que Heráclito vio nuestra locura El tiempo, ya que al tiempo y al destino Se parecen los dos: la imponderable Sombra diurna y el curso irrevocable Del agua que prosigue su camino. Está bien, pero el tiempo en los desiertos Otra substancia halló, suave y pesada, Que parece haber sido imaginada Para medir el tiempo de los muertos. Surge así el alegórico instrumento De los grabados de los diccionarios, La pieza que los grises anticuarios Relegarán al mundo ceniciento Del alfil desparejo, de la espada Inerme, del borroso telescopio, Del sándalo mordido por el opio Del polvo, del azar y de la nada. ¿Quién no se ha demorado ante el severo Y tétrico instrumento que acompaña En la diestra del dios a la guadaña Y cuyas líneas repitió Durero? Por el ápice abierto el cono inverso Deja caer la cautelosa arena, Oro gradual que se desprende y llena El cóncavo cristal de su universo. Hay un agrado en observar la arcana Arena que resbala y que declina Y, a punto de caer, se arremolina Con una prisa que es del todo humana. La arena de los ciclos es la misma E infinita es la historia de la arena; Así, bajo tus dichas o tu pena, La invulnerable eternidad se abisma. No se detiene nunca la caída Yo me desangro, no el cristal. El rito De decantar la arena es infinito Y con la arena se nos va la vida. En los minutos de la arena creo Sentir el tiempo cósmico: la historia Que encierra en sus espejos la memoria O que ha disuelto el mágico Leteo. El pilar de humo y el pilar de fuego, Cartago y Roma y su apretada guerra, Simón Mago, los siete pies de tierra Que el rey sajón ofrece al rey noruego, Todo lo arrastra y pierde este incansable Hilo sutil de arena numerosa. No he de salvarme yo, fortuita cosa De tiempo, que es materia deleznable. JORGE LUIS BORGES domingo, agosto 28, 2005 La Jaula, de Alejandra Pizarnik Hola me presento soy Chirli, es mi primera vez en este hermoso blog. Amo la poesía, me gusta mucho escribirla como asi también leerla, asique decidí comenzar en el blog con un poema de Alejandra Pizarnik, que se encuentra en las La aventuras perdidas, 1958.Afuera hay sol. No es más que un sol pero los hombres lo miran y después cantan. Yo no sé del sol. Yo sé la melodía del ángel y el sermón caliente del último viento. Sé gritar hasta el alba cuando la muerte se posa desnuda en mi sombra. Yo lloro debajo de mi nombre. Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad bailan conmigo. Yo oculto clavos para escarnecer a mis sueños enfermos. Afuera hay sol. Yo me visto de cenizas. jueves, agosto 25, 2005 El Señor de las Moscas, escrito por William Golding, si bien no se caracteriza por contener diálogos inteligentes o ricas y abultadas descripciones, es un libro que encierra un mensaje ético y moral claro y contundente. Historia en la que los personajes son unos niños que intentan construir una "sociedad" usando como herramientas su instrucción militar, la sombra de los adultos en su memoria y una inmadura (me refiero a la edad) concepción de lo que es la libertad. Bueno, espero que lo disfruten.... Simon tenía la cabeza un poco levantada. Sus ojos no podían apartarse y el Señor de las moscas colgaba delante de él. -¿Qué haces tu aquí solo?¿No te doy miedo? Simon tembló. -No hay nadie que pueda ayudarte. Sólo yo. Y yo soy la Bestia. La boca de Simon elaboró con esfuerzo algunas palabras audibles. -Cabeza de jabalí en un palo. -¡Es divertido que pensarais que la Bestia era algo que se podía cazar y matar!- dijo la cabeza. Durante unos segundos, el bosque y todos los demás lugares borrosos resonaron con una parodia de la risa-. Tú lo sabías, ¿verdad? ¿Que yo soy parte de vosotros? ¡Caliente, caliente, caliente! ¿Que soy yo la causa de que las cosas no funcionen? ¿De que las cosas sean como son? La risa tembló de nuevo. -Venga- prosiguió el Señor de las moscas-, vuelve con los otros y olvidaremos todo lo que ha pasado. Fragmento de "El Señor De Las Moscas" de William Golding.
lunes, agosto 22, 2005 Postales porteñas de principio de siglo Roberto Christophersen Arlt (1900-1942) es uno de mis escritores argentinos preferidos. Acá va un fragmento de una de sus Aguasfuertes porteñas, recopiladas de sus columnas diarias que escribió para el diario El mundo allá por la década de los treinta. Para mí este texto, como el capítulo de Rayuela posteado anteriormente, es otra muestra hermosa de prosa poética de nuestra literatura. Es, también, una hermosa postal de la ciudad de Buenos Aires de principios del siglo pasado. Una imagen que lamentablemente se podría decir que se está extinguiendo: la imagen del barrio con los vecinos en la vereda, sentados en una silla, escuchando tango y mateando un domingo por la tarde. El que quiera la Aguafuerte entera, avíseme que yo se la mando. Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estancadas en las puertas de sus casas; llegaron, las noches del amor sentimental de "buenas noches, vecina", el político e insinuante "¿cómo le va, don Pascual?". Y don Pascual sonrie .y se atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va. Llegaron las noches... Yo no sé qué tienen estos barrios porteños tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre oblicuamente. Yo no sé qué tienen; que reos o inteligentes, vagos o activos, todos queremos este barrio con su jardín (sitio para la futura sala) y sus pebetas siempre iguales y siempre distintas, y sus viejos, siempre iguales y siempre distintos también. Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión baratieri, ¡qué sé yo qué tienen todos estos barrios!; estos barrios porteños, largos, todos cortados con la misma tijera, todos semejantes con sus casitas atorrantas, sus jardines con la palmera al centro y unos yuyos semiflorecidos que aroman como si la noche reventara por ellos el apasionamiento que encierran las almas de la ciudad; almas que sólo saben el ritmo del tango y del "te quiero". Fulería poética, eso y algo más. [...] Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una brujería de encanto que no muere, que no morirá jamás. [...] Porque si usted pasaba, pasaba para verla, nada más; pero se detuvo. ¿Quién no se para a saludar? ¿Cómo ser tan descortés? Y se queda un rato charlando. ¿Qué mal hay en hablar? Y, de pronto, le ofrecen una silla. Usted dice: "No, no se molesten". Pero, ¿qué? ya fue volando la "nena" a traerle la silla. Y una vez la silla allí, usted se sienta y sigue charlando. Silla engrupidora, silla atrapadora. Usted se sentó y siguió charlando. ¿Y sabe, amigo, dónde terminan a veces esas conversaciones? En el Registro Civil. viernes, agosto 19, 2005 Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestion de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirian color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subio los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela. Julio Cortázarmartes, agosto 16, 2005 Mariposa de polvo de estrellas Ocultos por la espesura, en medio del profundo bosque estaban los árboles oscuros. Tan juntos los largos troncos que la ramas, en lo alto, se enredaban y confundían, haciendo de esa profundidad vegetal, una eterna noche. Allí anidaban las orugas. Enormes, gigantescas orugas de dos metros de largo, llegaban desde lejos, lentamente. Tenazmente. Y poco a poco, crujientes, trepaban hasta llegar a las ramas. Cada vez mas rígidas, se empeñaban en llegar a las ramas centrales...las más oscuras. Allí anidaban, quietas. Rígidas, quietas y silenciosas, las crisálidas. Esperaban. Toda su voluntad puesta en volver a vivir, esperaban aquel rayo de luz que lograra atravesar la noche de hojas eternas. Crisálidas negras contra la negra noche, y solo el murmullo del viento para acunarlas. Ninguna lo había logrado...en tanto tiempo. Jamás...parecía. Nunca...desde que el bosque creció. Nunca mas había entrado un rayo de luz a través de las ramas para devolverles la vida...y eran pocas las que llegaban. Eran las últimas. El bosque negro parecía haberse tragado a la raza para siempre... Pero aquella noche algo sucedió. Veloz, acuciante, el primer rayo de luz solar despertó al bosque en la mitad de su negrura, opacando a las estrellas, intentando penetrar entre las hojas. El segundo rayo lo logró y una gris penumbra recorrió las ramas superiores como un relámpago breve. El tercer intento de luz fue el comienzo de todo... Cayó como polvo de estrellas sobre la vieja crisálida. Y la crisálida se estremeció. Luego el silencio fue súbitamente roto y un pequeño ruido, ridículo, surgió del viejo cuerpo seco. Todo el bosque rió en silencio y observó la ruptura de la cáscara ajada, enorme, centenaria, casi agotada en la espera. Otro rayo iluminó la escena y el milagro fue plenamente visible: algo se movía dentro del estuche viejo y frágil...se movía con dolor e intentaba salir...las patas acorazadas y unos ojos de obsidiana aparecían, mojados y nuevos a un nuevo mundo, renovado y luminoso. El día, con toda su claridad llegaba, al fin! La humedad postnatal se fue secando de a poco y aparecieron los colores. Como una joya enorme, la mariposa colgaba, de cabeza aún, mojada de estrellas y el nuevo calor del sol la estaba secando... Por fin logró desplegarse en todo su esplendor, y como un enorme y brillante dibujo en el cielo se estremeció en la brisa cálida y voló con gran barullo de alas. Una verdadera lluvia de estrellas la recibió con regocijo universal, y el viento caliente la arrastró hacia lo alto en un remolino de fuego. El bosque entero se incendió al instante siguiente. Millones de kilómetros después la noticia solo ocupó una línea, en el último rincón, de una página que nadie leía del periódico matutino: “Científicos de la NASA descubren Supernova en un sector oscuro de la Nebulosa de Andrómeda”. RELATO Escrito por Pat Mac Dougall sábado, agosto 13, 2005 Buenas... este es mi primer post en Rincón y me presento con Bradbury porque la literatura de Ciencia Ficción es mi preferida, asi que probablemente siempre postee alrededor de estos temas. Saludos a Todos! y que lo disfruten... -¿Qué quieren ustedes?- preguntó el señor Charles Dickens. -Venimos a pedírselo una vez más, Charles - dijo Poe.-Necesitamos su ayuda. -¿Mi ayuda? Pero ¿creen que voy a enfrentarme a esos hombres excelentes? Además, éste no es mi mundo. Quemaron mis libros sólo por error. No soy un aficionado a lo sobrenatural. No he escrito libros terroríficos como usted, Poe; usted, Bierce, y los otros. No soy como ustedes, ¡horribles criaturas! -Es usted un razonador convincente- comentó Poe -Podría usted recibir a los hombres del cohete, adormecerlos, adormecer sus sospechas, y luego...luego intervendríamos nosotros. El señor Dickens miraba los pliegues de la capa donde Poe ocultaba sus manos. Poe, sonriendo, sacó un gato negro. -Para uno de los visitantes. -¿Y para los otros? Poe sonrió otra vez, complacido. -¿El enterramiento prematuro? -Es usted un hombre siniestro, señor Poe. -Soy un hombre asustado y lleno de odio. Soy un dios, señor Dickens, como usted, como todos nosotros. Y no solo amenazaron nuestras creaciones...nuestros personajes, si así lo prefiere. Las suprimieron, quemaron, destrozaron y censuraron. Acabaron con ellas.¡Nuestros mundos se derrumban! ¡La lucha alcanza a los dioses! -¿Y?- El señor Dickens miró a un lado y a otro, deseando volver a la fiesta, la música y la comida.-¿Por eso estamos aquí? -La guerra engendra guerra. La destrucción engendra destrucción. Hace un siglo, en la Tierra, en el año 2020, proscribieron nuestros libros. Oh, algo horrible. Destruir así nuestras obras...Tuvimos que salir de... ¿qué? ¿La muerte? ¿El más allá? No me gustan las palabras abstractas. No sé. Sólo sé que oímos la llamada de nuestros mundos, nuestras invenciones, y que tratamos de salvarlos. Hemos pasado un siglo entero en Marte, esperando que la Tierra se ahogara a sí misma con el peso y las dudas de los hombres de ciencia. Y ahora vienen a arrojarnos de aquí, a nosotros y a nuestras tenebrosas creaciones, y a todos los alquimistas, brujas, vampiros y espectros que, uno a uno, se retiraron al espacio. La ciencia infestó la Tierra, sin dejarnos finalmente más salida que el éxodo. Ayúdenos, señor Dickens. Habla usted con mucha elegancia. Lo necesitamos. -Ya se lo he dicho. No soy uno de ustedes. No estoy de acuerdo ni con usted ni con los otros- dijo Dickens, enojado -Yo no he jugado con brujas, vampiros y cosas nocturnas. -¿Y Cuento de Navidad? -¡Ridículo! Sólo un libro. Oh, escribí otros que también tratan de fantasmas, pero ¿y eso qué? Mis obras esenciales no tienen ninguna relación con esas tonterías. -De un modo o de otro lo identificaron como uno de los nuestros. Destruyeron sus libros...sus mundos. ¡Tiene que odiarlos! ¡Tiene que odiarlos, señor Dickens! -Reconozco que son unos estúpidos mal educados, pero nada más.¡Buenos días! -¡Deje venir al señor Marley, por lo menos! -¡No! Fragmento de "El Hombre Ilustrado" de Ray Bradbury. miércoles, agosto 10, 2005 Aquí les dejo un texto de nuestro muy conocido (y muy amigo) Shakes. Un clásico sin duda (tanto así es que me lo tuve que aprender de memoria en 3er año - 9no para los que tienen polimodal - y todavía me lo acuerdo).
Unos post atrás se retomó el tema de la individualidad y la masificación, y como los sistemas tienden a sustituir a la persona. Casos paradigmáticos, los ya trabajados Orwell, Huxley, etc.Realmente no sé si la importancia del texto está en lo que dice el texto sino que en él se ve (en parte, claro) la gradeza del autor. Se ve como puede decir algo que yo diría en 4 palabas insulsas en versos terriblemente lindos y elaborados (sin así terminar siendo barrocos, si me entienden). Buen, aflojo con el preámbulo y posteo el texto nomás. Eso sí, lo dejo en inglés porque no encontré traducción (y además, traducir cosas como esta es un crimen!). Tomorrow, and tomorrow, and tomorrow Creeps in this petty pace from day to day, To the last syllable of recorded time; And all our yesterdays have lighted fools The way to dusty death. Out, out brief candle! Life's but a walking shadow, a poor player That struts and frets his hour upon the stage And then is heard no more: it is a tale Told by an idiot, full of sound and fury, Signifying nothing. Estracto de Macbeth - de W. Shakespeare - Frederick Pohl ha sido (no se si aún vive) un gran autor de ciencia ficción, quizás uno de los primeros en plantear el tema de la humanidad más allá de la ciencia y la máquina, y ha escrito una novela no demasiado conocida, sí lo suficiente para señalarse habitualmente como un planteo anticipatorio de la gran cuestión de nuestra época, el hombre, la máquina y el sistema. Esa novela se llama “Homo Plus”, la versión que tengo la encontré hace unos años en la Feria del Libro, y es la de Editorial Bruguera, 1º ed. 1976. La obra trata de las “mejoras” cibernéticas que se realizarían a un hombre para que pudiera sobrevivir en Marte (antecede al “Hombre Nuclear”, la serie de los `70). Sin embargo, el fin último no explicitado es la manipulación experimental para avanzar en la anulación de las pulsiones humanas, y su posterior integración “domesticada” al sistema. Pero, según la novela, el factor humano, aún en condiciones extremas, sobrevivirá. Aquí está un fragmento, donde esto (la supervivencia de los rasgos de humanidad e individualidad) queda claramente marcado, aún ante la omnipotencia del sistema. "- Encantada de verle de nuevo. Le hemos echado de menos. ¿Cómo le fue corriendo por ahí? - No demasiado mal. – respondió con voz átona. Roger estaba en la ventana mirando las bolas de hierba rebotar en el estacionamiento. Se volvió hacia ella - ¿Sabe? Es cierto todo lo que dijo. Ahora no soy solamente diferente. Soy mejor. Ella reprimió su deseo de reafirmar lo que él decía, limitándose a sonreír mientras empezaba a hacer la cama. - Estaba aburrido del sexo – prosiguió- Pero, ¿sabe Sulie?, es como si me dijeran que no iba a comer caviar en dos años. A mi no me gusta el caviar. En cuanto ustedes vinieron dejé de desear el sexo. Supongo que han grabado eso en la computadora, ¿verdad? “Corten el impulso sexual y se incrementará la euforia”. No importa. Sea como fuere, finalmente ha penetrado en mi pequeño cerebro la idea que me estoy haciendo daño a mi mismo preocupándome por una cosa que en realidad no deseo. Es un reflejo de lo que yo creo que piensan los demás sobre lo que yo deseo. - Aculturación – apuntó ella. - Sin duda –dijo él - Escuche, quiero interpretar algo para usted. Tomó la guitarra, puso un pié en el marco de la ventana y apoyó el instrumento en su rodilla. Sulie estaba asombrada. No solamente estaba tocando sino también cantando. No, aquello era algo similar a un silbido, pero mas suave y puro. Cuando acabó, ella preguntó: - ¿Qué era eso? - Es una sonata de Paganini para guitarra y violín. Clara me regaló el disco. - No sabía que podía hacer eso. Me refiero a eso de canturrear, o como quiera llamarle. - Ni yo lo sabía hasta que lo intenté. Por supuesto, no logro alcanzar el suficiente volumen para la parte del violín, ni puedo mantener el tono de la guitarra lo suficientemente bajo como para equilibrarlo; pero no suena mal, ¿verdad? - Roger –dijo ella con toda sinceridad –estoy impresionada. El la miró y la impresionó otra vez al conseguir poner una sonrisa en su rostro. - Adivino que no sabía que podía hacer también esto. Yo tampoco lo creía hasta que lo intenté. " lunes, agosto 08, 2005 Dejando de lado el ateismo de Friedrich Nietzsche, me gustaría introducir un recorte del texto titulado "La gaya ciencia" (1882) en donde el autor describe nítidamente el fin de una época y el comienzo de otra, que, parezca o no, acarreaba grandes esperanzas puestas en el nuevo hombre.Siempre me llamó la atención este polémico texto: Dios murió? Había un Dios? Quién es Dios? Cómo murió? ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ella? Nunca hubo un acto tan grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por amor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora. Friedrich Nietzsche viernes, agosto 05, 2005 Fragmento de una entrevista que le hizo Sergio Marchi a Hugo Guerrero Marthineitz Marchi: Quisiera que me contara esa historia del linyera que me narró por teléfono. Guerrero Marthineitz: ¿La historia de aquel muchacho que tiene muchos tatuajes en el cuerpo? Digo muchacho, pero es un hombre de unos 40 años que seguramente ha vivido la mocedad rockera, por algunas cosas que me dijo. Es un hombre que vive en la vía pública. Un hombre que, sin lugar a dudas, tiene su alienación por alcohólico, pero es de una bondad superlativa. Una mañana de domingo, muy temprano, me despierto con ganas de tomar un buen café con leche con panes de mantequilla. Rumbeo con la soledad del domingo en la mañana, ahí en el Bajo, por los portales de la Recova, y de lejos lo veo a este amigo pisoteando el suelo. Yo, para mis adentros dije: “Qué mal está”. Me acerco y le digo: - ¿Qué tal, Sergio? - el tipo se llama como usted. - Bien, Hugo – me dice. - Y... Lindo día ¿no? - Sí. - ¿Qué andás haciendo? - Ayudando a ése – y levanta su mano izquierda y señala el cielo. Pensé que hablaba de Dios. “Está bastante jorobado” pensé. - ¿No lo ves? Ahí está – y vuelve a señalar y descubro un gorrión -.Cuando él viene acá a comer el pan está duro y entero y no puede picar. Yo apisono pan, así puede comer las migas. Me quedé asombrado. Al otro día llegaron los Rolling Stones y me dijo: - Negro, ¿vas a ver los Rolling? - No, yo no voy a recitales, salvo que vaya arriba para ver el espectáculo, pero la música me suena distorsionada. - Yo sí voy a ir. Pasó el tiempo y nos volvimos a encontrar. - ¿Qué tal estuvieron los Rolling? - le pregunté. - Bien, me compré un tetra-brik de blanco, me tiré en el suelo y los oía desde la calle a los Rolling Stones – me replicó. Éstas son las enseñanzas que uno recibe de la gente. El hecho de saber vivir, el hecho de no padecer lo que naturalmente nos da la vida. Nos da la vida un regalo; a veces la mujer de nuestros sueños, a veces la mujer de nuestros deseos, solamente, a veces el hijo que esperamos o una enfermedad que podría haber sido terminal y una buena operación le permite a uno estar hablando frente a un micrófono. Marchi, Sergio: CINTA TESTIGO. La radio por dentro.
Ed. Sudamericana, Bs As, 2002. miércoles, agosto 03, 2005 Hola! Este es mi primer post en este blog, y por eso elegí unos de los capítulos que más me gustan de Rayuela, la novela mas conocida sin dudas del genial Julio Cortázar, uno de mis autores preferidos. Espero que les guste. Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Capítulo 7 - "Rayuela", de Julio Cortázar lunes, agosto 01, 2005 La culpa de todo la tiene el ministro de Economía dijo uno.¡No señor! dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo. La culpa de todo la tienen los evasores. ¡Mentiras! dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro. La culpa de todo la tienen los que nos quieren matar con tanto impuesto. ¡Falso! dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al estornudo. La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se llevaron toda la guita. ¡Pero, por favor...! dijo un empresario de la patria contratista mientras cobraba peaje a la entrada de las escuelas públicas. La culpa de todo la tienen los de la patria financiera. ¡Calumnias! dijo un banquero mientras depositaba a su madre a siete días. La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral. ¡Se equivoca! dijo un corrupto mientras vendía a cien dólares un libro que se llamaba "Haga su propio curro" pero que, en realidad, sólo contenía páginas en blanco. La culpa de todo la tiene la burocracia que hace aumentar el gasto público. ¡No es cierto! dijo un empleado público mientas con una mano se rascaba el pupo y con la otra el trasero. La culpa de todo la tienen los políticos que prometen una cosa para nosotros y hacen otra para ellos. ¡Eso es pura maldad! dijo un diputado mientras preguntaba dónde quedaba el edificio del Congreso. La culpa de todo la tienen los dueños de la tierra que no nos dejaron nada. ¡Patrañas! dijo un terrateniente mientras contaba hectáreas, vacas, ovejas, peones y recordaba antiguos viajes a Francia y añoraba el placer de tirar manteca al techo. La culpa de todo la tienen los comunistas. ¡Perversos! dijeron los del politburó local mientras bajaban línea para elaborar el duelo. La culpa de todo la tiene la guerrilla trotskista. ¡Verso! dijo un guerrillero mientras armaba un coche-bomba para salvar a la humanidad. La culpa de todo la tienen los fascistas. ¡Malvados! dijo un fascista mientras quemaba una parva de libros juntamente con el librero. La culpa de todo la tienen los judíos. ¡Racistas! dijo un sionista mientras miraba torcido a un coreano del Once. La culpa de todo la tienen los curas que siempre se meten en lo que no les importa. ¡Blasfemia! dijo un obispo mientras fabricaba ojos de agujas como para que pasaran diez camellos al trote. La culpa de todo la tienen los científicos que creen en el Big Bang y no en Dios. ¡Error! dijo un científico mientras diseñaba una bomba capaz de matar más gente en menos tiempo con menos ruido y mucho más barata. La culpa de todo la tienen los padres que no educan a sus hijos. ¡Infamia! dijo un padre mientras trataba de recordar cuantos hijos tenía exactamente. La culpa de todo la tienen los ladrones que no nos dejan vivir. ¡Me ofenden! dijo un ladrón mientras arrebataba una cadenita a una jubilada y, de paso, la tiraba debajo del tren. La culpa de todo la tiene los policías que tienen el gatillo fácil y la pizza abundante. ¡Minga! dijo un policía mientras primero tiraba y después preguntaba. La culpa de todo la tiene la Justicia que permite que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra. ¡Desacato! dijo un juez mientras cosía pacientemente un expediente de más de quinientas fojas que luego, a la noche, volvería a descoser. La culpa de todo la tienen los militares que siempre se creyeron los dueños de la verdad y los salvadores de la patria. ¡Negativo! dijo un coronel mientras ordenaba a su asistente que fuera preparando buen tiempo para el fin de semana. La culpa de todo la tienen los jóvenes de pelo largo. ¡Ustedes están del coco! dijo un joven mientras pedía explicaciones de por qué para ingresar a la facultad había que saber leer y escribir. La culpa de todo la tienen los ancianos por dejarnos el país que nos dejaron. ¡Embusteros! dijo un señor mayor mientras pregonaba que para volver a las viejas buenas épocas nada mejor que una buena guerra mundial. La culpa de todo la tienen los periodistas porque junto con la noticia aprovechan para contrabandear ideas y negocios propios. ¡Censura! dijo un periodista mientras, con los dedos cruzados, rezaba por la violación y el asesinato nuestro de cada día. La culpa de todo la tiene el imperialismo. That's not true! (¡Eso no es cierto!) dijo un imperialista mientras cargaba en su barco un trozo de territorio con su subsuelo, su espacio aéreo y su gente incluida. The ones to blame are the sepoy, that allowed us to take even the cat (la culpa la tienen los cipayos que nos permitieron llevarnos hasta el gato). ¡Infundios! dijo un cipayo mientras marcaba en un plano las provincias más rentables. La culpa de todo la tiene Magoya. ¡Ridículo! dijo Magoya acostumbrado a estas situaciones. La culpa de todo la tiene Montoto. ¡Cobardes! dijo Montoto que de ésto también sabía un montón. La culpa de todo la tiene la gente como vos por escribir boludeces. ¡Paren la mano! dije yo mientras me protegía detrás de un buzón. Yo sé quién tiene la culpa de todo. La culpa de todo la tiene El Otro. ¡El Otro siempre tiene la culpa! ¡Eso, eso! exclamaron todos a coro. El señor tiene razón: la culpa de todo la tiene El Otro. Dicho lo cual, después de gritar un rato, romper algunas vidrieras y/o pagar alguna solicitada, y/o concurrir a algún programa de opinión en televisión (de acuerdo con cada estilo), nos marchamos a nuestras casas por ser ya la hora de cenar y porque el culpable ya había sido descubierto. Mientras nos íbamos no podíamos dejar de pensar: ¡Qué flor de guacho que resultó ser El Otro...! Santiago Varela
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