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lunes, agosto 22, 2005 Postales porteñas de principio de siglo Roberto Christophersen Arlt (1900-1942) es uno de mis escritores argentinos preferidos. Acá va un fragmento de una de sus Aguasfuertes porteñas, recopiladas de sus columnas diarias que escribió para el diario El mundo allá por la década de los treinta. Para mí este texto, como el capítulo de Rayuela posteado anteriormente, es otra muestra hermosa de prosa poética de nuestra literatura. Es, también, una hermosa postal de la ciudad de Buenos Aires de principios del siglo pasado. Una imagen que lamentablemente se podría decir que se está extinguiendo: la imagen del barrio con los vecinos en la vereda, sentados en una silla, escuchando tango y mateando un domingo por la tarde. El que quiera la Aguafuerte entera, avíseme que yo se la mando. Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estancadas en las puertas de sus casas; llegaron, las noches del amor sentimental de "buenas noches, vecina", el político e insinuante "¿cómo le va, don Pascual?". Y don Pascual sonrie .y se atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va. Llegaron las noches... Yo no sé qué tienen estos barrios porteños tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre oblicuamente. Yo no sé qué tienen; que reos o inteligentes, vagos o activos, todos queremos este barrio con su jardín (sitio para la futura sala) y sus pebetas siempre iguales y siempre distintas, y sus viejos, siempre iguales y siempre distintos también. Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión baratieri, ¡qué sé yo qué tienen todos estos barrios!; estos barrios porteños, largos, todos cortados con la misma tijera, todos semejantes con sus casitas atorrantas, sus jardines con la palmera al centro y unos yuyos semiflorecidos que aroman como si la noche reventara por ellos el apasionamiento que encierran las almas de la ciudad; almas que sólo saben el ritmo del tango y del "te quiero". Fulería poética, eso y algo más. [...] Esto es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes, llevamos metido en el tuétano como una brujería de encanto que no muere, que no morirá jamás. [...] Porque si usted pasaba, pasaba para verla, nada más; pero se detuvo. ¿Quién no se para a saludar? ¿Cómo ser tan descortés? Y se queda un rato charlando. ¿Qué mal hay en hablar? Y, de pronto, le ofrecen una silla. Usted dice: "No, no se molesten". Pero, ¿qué? ya fue volando la "nena" a traerle la silla. Y una vez la silla allí, usted se sienta y sigue charlando. Silla engrupidora, silla atrapadora. Usted se sentó y siguió charlando. ¿Y sabe, amigo, dónde terminan a veces esas conversaciones? En el Registro Civil. |