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martes, agosto 16, 2005 Mariposa de polvo de estrellas Ocultos por la espesura, en medio del profundo bosque estaban los árboles oscuros. Tan juntos los largos troncos que la ramas, en lo alto, se enredaban y confundían, haciendo de esa profundidad vegetal, una eterna noche. Allí anidaban las orugas. Enormes, gigantescas orugas de dos metros de largo, llegaban desde lejos, lentamente. Tenazmente. Y poco a poco, crujientes, trepaban hasta llegar a las ramas. Cada vez mas rígidas, se empeñaban en llegar a las ramas centrales...las más oscuras. Allí anidaban, quietas. Rígidas, quietas y silenciosas, las crisálidas. Esperaban. Toda su voluntad puesta en volver a vivir, esperaban aquel rayo de luz que lograra atravesar la noche de hojas eternas. Crisálidas negras contra la negra noche, y solo el murmullo del viento para acunarlas. Ninguna lo había logrado...en tanto tiempo. Jamás...parecía. Nunca...desde que el bosque creció. Nunca mas había entrado un rayo de luz a través de las ramas para devolverles la vida...y eran pocas las que llegaban. Eran las últimas. El bosque negro parecía haberse tragado a la raza para siempre... Pero aquella noche algo sucedió. Veloz, acuciante, el primer rayo de luz solar despertó al bosque en la mitad de su negrura, opacando a las estrellas, intentando penetrar entre las hojas. El segundo rayo lo logró y una gris penumbra recorrió las ramas superiores como un relámpago breve. El tercer intento de luz fue el comienzo de todo... Cayó como polvo de estrellas sobre la vieja crisálida. Y la crisálida se estremeció. Luego el silencio fue súbitamente roto y un pequeño ruido, ridículo, surgió del viejo cuerpo seco. Todo el bosque rió en silencio y observó la ruptura de la cáscara ajada, enorme, centenaria, casi agotada en la espera. Otro rayo iluminó la escena y el milagro fue plenamente visible: algo se movía dentro del estuche viejo y frágil...se movía con dolor e intentaba salir...las patas acorazadas y unos ojos de obsidiana aparecían, mojados y nuevos a un nuevo mundo, renovado y luminoso. El día, con toda su claridad llegaba, al fin! La humedad postnatal se fue secando de a poco y aparecieron los colores. Como una joya enorme, la mariposa colgaba, de cabeza aún, mojada de estrellas y el nuevo calor del sol la estaba secando... Por fin logró desplegarse en todo su esplendor, y como un enorme y brillante dibujo en el cielo se estremeció en la brisa cálida y voló con gran barullo de alas. Una verdadera lluvia de estrellas la recibió con regocijo universal, y el viento caliente la arrastró hacia lo alto en un remolino de fuego. El bosque entero se incendió al instante siguiente. Millones de kilómetros después la noticia solo ocupó una línea, en el último rincón, de una página que nadie leía del periódico matutino: “Científicos de la NASA descubren Supernova en un sector oscuro de la Nebulosa de Andrómeda”. RELATO Escrito por Pat Mac Dougall |