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viernes, septiembre 30, 2005 El niño miraba al abuelo escribir una carta. En un momento dado, le preguntó:–¿Estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, quizá, una historia sobre mí? El abuelo dejó de escribir, sonrió y dijo al nieto: –Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas. El niño miró el lápiz, intrigado, y no vio nada de especial. –¡Pero si es igual a todos los lápices que he visto en mi vida! –Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán de ti una persona por siempre en paz con el mundo. Primera cualidad: puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. A esta mano nosotros la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad. Segunda: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final está más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona. Tercera: el lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia. Cuarta: lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior. Finalmente, la quinta cualidad del lápiz: siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará trazos, e intenta ser consciente de cada acción. Paulo Coelho
martes, septiembre 27, 2005 (...) El día que nací había un gato esperando al otro lado de la puerta. Mi padre fumaba en Mar del Plata, en el patio. Mi madre dice que fue un parto difícil, a las cuatro y veinte de la tarde de un día de verano. El sol rajaba la tierra. Los jóvenes Borges y Bioy Casares paraban cerca de ahí, en Los Troncos alucinando las historias de don Isidro Parodi. A Borges lo seguían los gatos. En una de sus fotos más hermosas está junto a María Kodama, que tiene uno en brazos; Borges lo acaricia como a un amigo.A mi un gato me trajo la solución para Triste, solitario y final. Un negro de mirada contundente , muy parecido a Taki, la gata de Chandler. Otro, el negro Veni, me acompañó en el exilio y murió en Buenos Aires. Hubo uno llamado Peteco que me sacó de muchos apuros en los días en que escribía A sus plantas rendido un Ieón. Viví con una chica alérgica a los gatos y al poco tiempo nos separamos. En París, mientras trabajaba en El ojo de la patria, en un quinto piso inaccesible, se me apareció un gato equilibrista caminando por la canaleta del desagüe. Para sentirme más seguro de mi mismo puse un gato negro al comienzo y uno colorado al final de Una sombra ya pronto serás. Para decirlo mal y pronto: hay gatos en todas mis novelas. Soy uno de ellos perezoso y distante. Aunque nunca aprendí la sutileza de la especie. Ahora mismo, una de mis gatas se lava la manos acostada sobre el teclado y tengo que apartarla con suavidad Para seguir escribiendo. Hace cinco meses que no prendemos un cigarrillo. Juntos sufrimos el vejamen de la abstinencia y !a vida limpia. Hace unos meses esta habitación era un quemadero de fragancias maravillosas. Tabacos de la Argentina, de Cuba y de Holanda, ya no; resignamos algo de la utilería que compone a los duros: cigarrillos, sombrero, impermeable, el revolver de juguete. Los fantásticos vampiros de Matheson; entre los que estaban Laurel y Hardy y el realismo romántico de Chandler, sobreviven a las modas y las vanguardias porque el lector quiere verse ahí en sangre de papel. Necesita leer sus miedos. Con eso Stephen King escribe ahora una obra excesiva e inquietante. En uno de sus libros, un personaje acusa de plagiario al narrador, le mata el gato y se lo deja frente a la puerta. Es un momento insoportable en la literatura de terror. Algo cercano a los escalofriantes efectos de H.P. Lovecraft. Todos los escritores con corazón se han ganado un gato que los sigue y los protege. Tal vez el de Gibbins, cercado por el fuego, le haya pedido auxilio en nombre de los gatos inspiradores: el del Dante, el de Baudelaire, el de Lewis Carrol, el de Borges. Y ahí fue el director de pobres películas, a purificarse en el incendio y cumplir con el ritual de todos los demonios. Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo. No es posible usar al gato para nada personal, no hay manera de privatizarlos. En La noche americana, Francois Truffaut aconseja a las realizadores de cine no meterse jamás con un gato en acción. También me lo dijo Hector Olivera a la hora de escribir el guión de Una sombra ya pronto serás. ¿Cómo hacer para que dos gatos de cine interpreten disciplinadamente a los que aparecen en la novela? Yo los puse en el libreto nada más que para aplacar mis miedos. Con una sonrisa; Olivera me dijo que estaba loco: un gato actor, el negro, tendría que seguir al personaje de Miguel Angel SoIá, lavarse a su lado comerse una laucha y echarse a dormir. El otro un colorado, aparece al final, poco después que Pepe Soriano, el Coluccini de la película, haya tenido una charla con Dios. Olivera decidió que no hubiera gatos, pero creo que estoy a tiempo de convencerlo de que ponga al menos una silueta. Cuando hablábamos de eso, todavía Gibbins no se había arrojado al incendio. Yo creía, Dios me perdone, que Matheson se había muerto de viejo. Pero no: allí estaba, peleando frente al fuego, apartando maderas en llamas, abriendo un camino para que su gato pudiera escapar con él. En el revoltijo alcanzó a salvar una carpeta con su último manuscrito. Es que siempre cuando uno rescata un manuscrito, hay un gato adentro. Cuando yo era chico mi gato Pulqui era mono, león, pirata y bandolero. Yo lo acechaba entre las plantas del jardín y me le tiraba encima con el cuchillo de madera entre los dientes. Ahora mi hijo combate contra la gata Virgula que le devuelve los golpes. Son arañazos de mentira, en un revoltijo de sillas volteadas y malvones floridos. Las suyas, como las mías antes, son fantasías de selvas y mares, de castillos y mosqueteros. Esos años felices e irrecuperables en los que uno aprende, si aprende algo, que los gatos nos traen a domicilio el misterio de la creación. Chandler les atribuía toda la sabiduría y creía que provocaban la explosión creadora. Un día le pidieron que hablara de Philip Marlowe y prefirió que fuera Taki la que la hiciera por él. Pretendía que era la gata quien escribía sus novelas bien entrada la noche: A mí suele pasarme algo parecido. Richard Matheson perdió todo; la casa los muebles y los premios, pero alcanzó a salvar lo esencial: esa mirada que lo sostiene por las noches, cuando la palabra no viene y la novela no avanza. Esa mirada que nos atornilla al sillón, ese ronroneo que precede a la llegada del diablo. Poe, Lovecraft y Matheson asociaron los gatos al horror; en los dibujos animados Willam Hanna y Joe Barbera le dieron a Tom El papel de víctima y al ratón Jerry el de la picardía. El gato Félix fue un gran héroe yanqui de los año treinta, puritano y travieso. El Fritz the Cat, de Ralph Baskhi y Robert Crumb, sintetizó los eróticos y crueles años de mi juventud; apareciendo en 1968, Fritz es el primer gato de dibujo que vuelve de Vietnam, se droga, callejea de un prostíbulo a otro, fuma como un escuerzo, duerme con las mejores chicas, incluida su hermana, y termina asesinado por una gata vieja a la que había abandonado en tiempos mejores. En cambio, Walt Disney detestaba a los gatos. Recién en 1970 se decidió a crear un personaje que, por supuesto, no le dejó éxito ni plata. Disney era uno de esos tipos que nunca se hacen querer por los gatos. Creo que fue Chandler quien lo dijo. No se si en la biografía del detective Marlowe o en la propia. Hace unos días, una investigadora que prepara un libro de reportajes a escritores argentinos nos pidió a sus entrevistados que trazáramos cada uno una breve autobiografía. ¿Como hacerlo? ¿Cómo hablar de nosotros si no sabemos quienes somos? Le dije que yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna. Osvaldo Soriano (1943 - 1997)
Fragmento de "Educación sentimental" sábado, septiembre 24, 2005 La maestría de la síntesis: J.L.B Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito. Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): «¡Pero, che!» Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena. Jorge Luis Borges, «La trama», El hacedor.
miércoles, septiembre 21, 2005 La Suegra del Diablo (parte 2) Anteriormente publiqué la primera parte de este cuento, aquí la segunda.Pasaron los años y pasaron los años en aquella bienaventuranza, y el podre Pisuicas enterrado, inventando a cada minuto una mal palabra contra su suegra. Un día pasó por aquel lugar un podre leñador que tenía por único bien una marimba de chiquillos, y tan arrancado que no tenía segundos calzones que ponerse. Le pareció oir bajo sus pies algo así como retumbos; se detuvo y puso el oído. Una voz que salía de muy adentro decía: --¡Quien quiera que seas, sacame de aquí...! El hombre se puso a cavar en el sitio de donde salía la voz. Al cabo de unas cuantas horas de trabajar, dió con la botijuela. De ella salía la voz que ahora decía: --Ñor hombre, sacame de aquí y te tiene cuenta. El preguntó: --¿Qué persona, por más pequeña que sea, puede caber dentro de esta botijuela? El que estaba en ella contestó: --Sacame y verás. Soy alguien que puede hacerte inmensamente rico. Esto era encontrarse con la Tentación y el pobre al oír lo de las riquezas, hizo un esfuerzo tan grande que levantó solo la tapadera. Cierto es que por dentro el Diablo empujaba a su vez con todas sus fuerzas. La tapadera saltó, con tal ímpetu, que desapareció en los aires; el Demonio salió envuelto en llamas y la montaña se llenó de un humo hediondo a azufre. El pobre leñador cayó al suelo más muerto que vivo. Cuando fue volviendo en sí, se le acercó el Diablo y le contó la historia de su entierro. --Para pagarte tu favor-- le dijo-- nos vamos a ir a la ciudad. Yo me voy a ir metiendo en diferentes personas, de las más ricas y sonadas, para que se pongan locas. Vos aparecerás en la ciudad como médico y ofrecerás curarlas. No tenés más que acercarte al oído del enfermo y decirme: "Yo soy el que te sacó de la botijuela", --y al punto saldré del cuerpo. Eso sí, cuando te acerqués y yo te diga que no, es mejor que no insistás porque será inútil. Ya te lo advierto. Y así fue. Partieron para la ciudad, el leñador se hizo anunciar como médico y a los pocos días cátate que un gran conde se puso más loco que la misma locura. Lo vieron los más famosos médicos del reino, y nada. De pronto se puso que un médico recién llegado ofrecía devolverle la salud. Llegó donde el enfermo y para disimular, se puso a darle cada hora una cucharada de lo que traía en una botella y que no era otra cosa que agua del tubo con anilina. A las tres cucharadas se acercó al oído del conde y dijo: --"Soy el que te sacó de la botijuela"--. Inmediatamente salió el Diablo y el conde quedó como si tal enfermedad no hubiera tenido. Toda la familia estaba agradecidísima, no hallaban donde poner al médico y lo dejaron bien pistudo. Siguieron presentándose casos de locura de diferentes aspectos y casi todos eran en el duque don Fulano de Tal, en la duquesa doña Mengana, en el marqués don Perencejo. Y todos fueron curados por el médico, que ya no tenía donde guardar el oro que ganaba. Por fin se puso mala la reina y ¡El señor me dé paciencia! Aquello sí que fue el juicio. La reina no tenía sosiego un minuto y ya el rey iba a coger el cielo con las manos y últimamente tuvieron que amarrarla porque ya no se aguantaba. Aconsejaron al rey que llamara al famoso médico y cuando llegó, le ofreció hacerlo su médico de cabecera y darle muchas riquezas si sanaba a su esposa. El otro, por rajón, le contestó que ya podía hacerse de cuentas de que la reina estaba curada y que si no sucedía así, le cortara la cabeza. Se acercó con su botella de agua y le dió las tres cucharadas. A la tercera le dijo al oído de la enferma: --"Soy yo, el que te sacó de la botijuela". El diablo respondió: --¡No! Al oír esto, el hombre se achucuyó. ¿Y ahora qué iba a hacer? Se acercó otra vez al oído de la enferma a suplicarle: -- ¡Salí por lo que más querrás! ¡Mirá que si no acaban conmigo! Por vida tuyita ... Pero de nada le servían las súplicas: el otro seguía emperrado en que no y en que no. Estaba, por lo que se veía, muy a gusto entre los sesos de la reina. Pidió al rey tres días de término y entre tanto, no hizo otra cosa que suplicar al Diablo que saliera, dar cucharadas de agua con anilina a la pobre reina y sobarse las manos. Cuando estaba para terminarse el plazo, se le ocurrió una idea: pidió al rey que hiciera traer la banda, que comprara triquitraques y cohetes, que a cada persona del palacio le diera una lata o algún trasto de cobre y la armara de un palo y que a una señal suya, la banda rompiera con una tocata bien parrandera, todos gritaran y golpearan en sus latas y se diera fuego a la pólvora. Y así se hizo. En este momento se acercó el leñador al oído de la reina y suplicó al Diablo: --¡Salí por vida tuyita...! En vez de contestar, el Diablo preguntó: --Hombre, ¿qué es ese alboroto? El otro respondió: --Aguardate, voy a ver qué es. >Inmediatamente volvió y dijo: --¡Que Dios te ayude! Es tu suegra que ha averiguado que estás aquí y ha venido con la botijuela para meterte en ella de nuevo. --¿Quién le iría con la cavilosada a la vieja de mi suegra? --dijo el Diablo. ¿Y patas para qué las quiero? Salió corriendo y no paró sino en el infierno. La reina se puso buena y el leñador, que ya era don Fulano y muy rico, mandó por su mujer y su chapulinada y todos fueron a vivir a un palacio, regalo del rey. Desde entonces la pasaron muy a gusto. domingo, septiembre 18, 2005 La Suegra del Diablo (parte 1) Como buen tipo OPRIMIDO PP no podía pensar en otra cosa que un cuento sobre la suegra del diablo. Como es extenso lo publico en dos partes.
Había una vez una viuda de buen pasar, que tenía una hija. La muchacha era hermosa y la madre quería casarla con un hombre bien rico. Se presentaron algunos pretendientes, todos hombres honrados, trabajadores y acomodados, pero la viuda los despedía con su música a otra parte porque no eran riquísimos. Una tarde se asomó la muchacha a la ventana, bien compuesta y de pelo suelto. (Por cierto que el pelo le llegaba a las corvas y lo tenía muy arrepentido). No hacía mucho rato que estaba allí, cuando pasó un señor a caballo. Era un hombre muy galán, muy bien vestido, con un sombrero de pita finísimo, moreno, de ojos negros y unos grandes bigotes con las puntas para arriba. El caballo era un hermoso animal con los cascos de plata y los arneses de oro y plata. Saludó con una gran reverencia a la niña, y le echó un perico. La niña advirtió que el caballero tenía todos los dientes de oro. El caballo al pasar se volvió una pura pirueta. Desde la esquina, el jinete volvió a saludar a la muchacha, que se metió corriendo a contar a su madre la ocurrido. A la tarde siguiente, madre e hija bien alicoreadas, se situaron en la ventana. Volvió a pasar el caballero en otro caballo negro, más negro que un pecado mortal, con los cascos de oro, frenos de oro, riendas de seda y oro y la montura sembrada de clavitos de oro. La viuda advirtió que en la pechera, en la cadena del reloj y en el dedito chiquito de la mano izquierda, le chispeaban brillantes. Se convenció de que era cierto que tenía toda la dentadura de oro. Las dos mujeres se volvieron una miel para contestar el saludo del caballero. Al día siguiente, desde buena tarde, estaban a la ventana, vestidas con las ropas de coger misa, volando ojo para la esquina. Al cabo de un rato, apareció el desconocido en un caballo que tenía la piel tan negra como si la hubieran cortado en una noche de octubre; las herraduras eran de oro y los arneses de oro, sembrados de rubíes, brillantes y esmeraldas. Las dos se quedaron en el otro mundo cuando lo vieron detenerse ante ellas y desmontar. Las saludó con grandes ceremonias. Lo mandaron pasar adelante, y la vieja que era muy saca la jícara cuando le convenía, llamó al concertado para que ciudara del caballo. El desconocido dijo que se llamaba don Fulano de Tal, presentó recomendaciones de grandes personas, habló de sus riquezas, las invitó a visitar sus fincas y por último, pidió a la niña por esposa. No había terminado de hacer la propuesta, cuando ya estaba la madre contestándole que con mucho gusto y llamándolo hjo mío. Desde ese día las dos mujeres se volvieron turumba; cada día visitaban una finca del caballero, cada noche bailes y cenas; no volvieron a caminar a pie, solo en coche, y regalos van y regalos vienen. Por fin llegó el día de la boda. El caballero no quiso que fuera en la iglesia sino en la casa y nadie se fijó en que al entrar el padre el novio tuvo intenciones de salir corriendo. Los recién casados se fueron a vivir a otra ciudad en donde el marido tenía sus negocios. Desde el primer día que estuvieron solos, el marido dijo a la esposa a la hora del almuerzo que él sabía hacer pruebas que dejaban a todo el mundo con la boca abierta y que las iba a repetir para entretenerla; y diciendo y haciendo se puso a caminar por las paredes y cielos con la facilidad de una mosca; se hacía del tamaño de una hormiga, se metía dentro de las botellas vacías y desde allí hacía morisquetas a su mujer; luego salía y su cuerpo se estiraba para alcanzar el techo. Y esto se repetía todos los días al almuerzo y a la comida. En una ocasión vino la viuda a ver a su hija y ésta le contó las gracias de su marido. Cuando se sentaron a la mesa, la suegra pidió a su yerno que hiciera las pruebas de que le había hablado su hija. Este no se hizo de rogar y comenzó a pasearse por el cielo y paredes y a repetir cuantas curiosidades sabía hacer. La vieja se quedó con el credo en la boca y desde aquel momento no las tuvo todas consigo. A los pocos días volvió a hacer otra visita a sus hijos, trajo consigo una botijuela de hierro, con una tapadera que pesaba una barbaridad. A la hora del almuerzo rogó a su yerno que las divirtiera con sus maromas. Después que éste se dió gusto con sus paseos boca abajo por el techo, le preguntó la tobijuela y le dijo. --¿Apostemos a que aquí no entra Ud? El otro de un brinco se tiró de arriba y se metió en la botijuela como Pedro por su casa. La suegra hizo señas a unos hombres que tenían listos con la tapadera, tras una cortina y éstos se precipitaron y taparon la botijuela. El yerno se puso a dar gritos desaforados y a hacer esfuerzos por salir. La esposa quiso intervenir para que le abrieran, pero la madre le dijo: --¿pues no ves que es el mismo Pisuicas? Desde la otra vez que estuve, eché de ver que tu marido no era como todos los cristianos. Le consulté a un sacerdote, quien me acabó de convencer de que mi yerno no era sino el Malo. Dale infinitas gracias a Nuestro Señor de que a mí se me ocurriera este medio de salir de él. Luego se fue en persona para la montaña, seguida de los hombres que cargaban la botijuela. Se hizo un hoyo profundo y allí dejó enterrada la botijuela con su yerno dentro. Este se quedó bramando de rabia y diciendo pestes contra su suegra. En efecto, aquél era el Diablo y desde el día en que la vieja lo enterró, nadie volvió a cometer un pecado mortal, sólo pecados veniales, aconsejados por los diablillos chiquillos. Y toda la gente parecía muy buena, pero sólo Dios sabía cómo andaba el frijol. Primera parte de "La Suegra del Diablo" Fernán Caballero jueves, septiembre 15, 2005 Buenas a todos. Acá los dejo con una breve parábola de Kafka. Me gustaría leer (valga la redundancia) diversas lecturas que ustedes quieran hacer de la misma. Un abrazo desde España.Si una débil amazona tísica fuese obligada a dar vueltas sin interrupción durante meses en la pista del circo por un despiadado jefe que agita el látigo sobre un caballo que se tambalea, ante un público incansable, aleteando sobre el caballo, echando besos, cimbreando la cintura; y si este juego continuase en un futuro gris que una y otra vez se inicia incesantemente, acompañado de aplausos que se extinguen y vuelven a crecer, que son en realidad martinetes de vapor, quizá entonces un joven espectador de la galería se apresuraría a bajar la larga escalera a través de todas las gradas, se precipitaría sobre la pista de circo, y gritaría el ¡alto! entre el ruido de las fanfarrias de la orquesta siempre acorde. Pero como no es así, una hermosa dama blanca y roja entra revoloteando a través de las cortinas que abren ante ella los orgullos libreados; el director, buscando con fervor sus ojos, respira hacia ella en la postura de un animal, la coloca con precaución sobre un caballo tordo, como si fuera su nieta más querida que parte hacia un peligroso viaje, no puede decidirse a dar la señal con el látigo, finalmente, dominándose a sí mismo, la da restallando; anda parejo a los caballos con la boca abierta; sigue los saltos de la amazona con miradas penetrantes; apenas puede comprender su destreza; intenta prevenirla con gritos en inglés; exhorta furioso a los mozos que sujetan los aros que presten una extremada atención; ante el gran salto mortal suplica a la orquesta con las manos levantadas que guarde silencio; finalmente desmonta a la pequeña del tembloroso caballo, la besa en ambas mejillas y no considera suficiente ninguna ovación del público; mientras que ella, sujetada por él, de puntillas rodeada de polvo, con los brazos extendidos, la cabeza echada hacia atrás, quiere compartir su felicidad con todo el circo. Como esto es así, el espectador de la galería apoya el rostro en la barandilla y, hundiéndose con la marcha final como en un profundo sueño, llora sin saberlo. Franz Kafka, «En la galería», Un médico rural, 1917. lunes, septiembre 12, 2005 El otro día terminé de leer "Alguien que anda por ahí", libro de cuentos de uno de mis autores preferidos, Julio Cortázar. Como no podía ser de otra manera, el libro me encantó, y en especial uno de sus cuentos, "Las caras de la medalla". Lo primero que me impactó fue la dedicatoria, que es una de las mejores que he leído. Y luego todo el contenido del cuento. Por eso acá les dejo un fragmento y la dedicatoria. Enjoy it! :) A la que un día lo leerá, ya tarde como siempre. "[...] Sólo uno de los dos escribe esto pero es lo mismo, es como si lo escribiéramos juntos aunque ya nunca mas estaremos juntos, Mireille seguirá en su casita de las afueras ginebrinas, Javier viajará por el mundo y volverá a su departamento de Londres con la obstinación de la mosca que se posa cien veces en un brazo, en Hielen. Lo escribimos como una medalla, es al mismo tiempo su anverso y su reverso que no se encontraran jamás, que solo se vieron alguna vez en el doble juego de espejos de la vida. Nunca podremos saber de verdad cuál de los dos es mas sensible a esta manera de no estar que para él y para ella tiene el otro. Cada uno de su lado, Mireille llora a veces mientras escucha un determinado quinteto de Brahms, sola al atardecer en su salón de vigas oscuras y muebles rústicos, al que por momentos llega el perfume de las rosas del jardín. Javier no sabe llorar, sus lágrimas eligen condensarse en pesadillas que lo despiertan brutalmente junto a Hielen, de las que se despoja bebiendo coñac y escribiendo textos que no contienen forzosamente las pesadillas aunque a veces sí, a veces las vuelca en inútiles palabras y por un rato es el amo, el que decide lo que será dicho o lo que resbalara poco a poco al falso olvido de un nuevo día. A nuestra manera los dos sabemos que hubo un error, una equivocación restañable pero que ninguno fue capaz de restañar. Estamos seguros de no habernos juzgado nunca, de simplemente haber aceptado que las cosas se daban así y que no se podía hacer mas que lo que hicimos. No sé si pensamos entonces en cosas como el orgullo, la renuncia, la decepción, si solamente Mireille o solamente Javier las pensaron mientras el otro las aceptaba como algo fatal, sometiéndose a un sistema que los abarcaba y los sometía; es demasiado fácil ahora decirse que todo pudo depender de una rebeldía instantánea, de encender el velador al lado de la cama cuando Mireille negaba, de guardar a Javier a su lado toda la noche cuando él buscaba ya sus ropas para volver a vestirse; es demasiado fácil echarle la culpa a la delicadeza, a la imposibilidad de ser brutal u obstinado o generoso. Entre seres mas simples o mas ignorantes eso no hubiera sucedido así, acaso una bofetada o un insulto hubieran contenido la caridad y el justo camino que el decoro nos vedo cortésmente. Nuestro respeto venia de una manera de vivir que nos acerco como las caras de la medalla; lo aceptamos cada cual de su lado, Mireille en un silencio de distancia y renuncia, Javier murmurándole su esperanza ya ridícula, callándose por fin en mitad de una frase, en mitad de una ultima carta. Y después de todo sólo nos quedaba, nos queda la lúgubre tarea de seguir siendo dignos, de seguir viviendo con la vana esperanza de que el olvido no nos olvide demasiado.[...]" Las caras de la medalla, "Alguien que anda por ahi", Julio Cortázar-
viernes, septiembre 09, 2005
martes, septiembre 06, 2005 Este libro refleja el estado que a veces pasamos en la vida, donde no sabemos que queremos y las respuestas parecen difíciles.Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura. sábado, septiembre 03, 2005 He aquí mi primer post. Desde ya mis agradecimientos por dejarme ser parte de este blog. Les quiero regalar un poema que forma parte de "Una temporada en el infierno"(1873) de Arthur Rimbaud.A las cuatro de la mañana, en el verano, el sueño del amor aún se prolonga. De la noche de fiesta, en los boscajes, el olor se evapora. Bajo el sol de las Hespérides, lejos, en su vasto astillero, en mangas de camisa agítanse los carpinteros En sus Desiertos de musgo, tranquilos, preparan los artesanos dorados, en los que la ciudad pintará cielos falsos. Oh, por esos Obreros admirables, súbditos de algún rey de Babilonia, ¡Venus! deja un instante a los Amantes cuya alma lleva tu corona. Oh Reina de Pastores, ofrece a los trabajadores el licor de la alegría, que apacigüe sus fuerzas, en espera del baño de mar a mediodía. |