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jueves, septiembre 15, 2005 Buenas a todos. Acá los dejo con una breve parábola de Kafka. Me gustaría leer (valga la redundancia) diversas lecturas que ustedes quieran hacer de la misma. Un abrazo desde España.Si una débil amazona tísica fuese obligada a dar vueltas sin interrupción durante meses en la pista del circo por un despiadado jefe que agita el látigo sobre un caballo que se tambalea, ante un público incansable, aleteando sobre el caballo, echando besos, cimbreando la cintura; y si este juego continuase en un futuro gris que una y otra vez se inicia incesantemente, acompañado de aplausos que se extinguen y vuelven a crecer, que son en realidad martinetes de vapor, quizá entonces un joven espectador de la galería se apresuraría a bajar la larga escalera a través de todas las gradas, se precipitaría sobre la pista de circo, y gritaría el ¡alto! entre el ruido de las fanfarrias de la orquesta siempre acorde. Pero como no es así, una hermosa dama blanca y roja entra revoloteando a través de las cortinas que abren ante ella los orgullos libreados; el director, buscando con fervor sus ojos, respira hacia ella en la postura de un animal, la coloca con precaución sobre un caballo tordo, como si fuera su nieta más querida que parte hacia un peligroso viaje, no puede decidirse a dar la señal con el látigo, finalmente, dominándose a sí mismo, la da restallando; anda parejo a los caballos con la boca abierta; sigue los saltos de la amazona con miradas penetrantes; apenas puede comprender su destreza; intenta prevenirla con gritos en inglés; exhorta furioso a los mozos que sujetan los aros que presten una extremada atención; ante el gran salto mortal suplica a la orquesta con las manos levantadas que guarde silencio; finalmente desmonta a la pequeña del tembloroso caballo, la besa en ambas mejillas y no considera suficiente ninguna ovación del público; mientras que ella, sujetada por él, de puntillas rodeada de polvo, con los brazos extendidos, la cabeza echada hacia atrás, quiere compartir su felicidad con todo el circo. Como esto es así, el espectador de la galería apoya el rostro en la barandilla y, hundiéndose con la marcha final como en un profundo sueño, llora sin saberlo. Franz Kafka, «En la galería», Un médico rural, 1917. |