Bienvenidos | ... pasen y lean |
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martes, febrero 21, 2006 [...]¿Quién es? -preguntó la mujer, sin mirar. -Una profesora de la escuela -dijo el señor Wormwood-. Dice que tiene que hablar con nosotros de Matilda-. Se acercó al televisor y quitó el sonido, dejando la imagen. -¡No hagas eso, Harry! -gritó la señora Wormwood-. ¡Willard está a punto de declararse a Angélica! -Puedes seguir mirando mientras hablamos -dijo el señor Wormwood-. Esta es la profesora de Matilda. Dice que tiene que contarnos una serie de cosas. -Me llamo Jennifer Honey -dijo la señorita Honey-. ¿Cómo está usted, señora Wormwood? La señora Wormwood la mirá con cara de pocos amigos y dijo: -¿Qué es lo que pasa? Nadie invitó a la señorita Honey a sentarse, por lo que eligió una silla y se sentó. -Hoy -dijo- ha sido el primer día de clase de su hija. -Ya lo sabemos -dijo la señora Wormwood, enfadada por tener que perderse el programa-. ¿Es eso todo lo que ha venido a decirnos? La señorita Honey miró severamente los ojos grises de la otra mujer, hasta que la señora Wormwood se sintió incómoda. -¿Me permiten que les explique para qué he venido? -preguntó. -Adelante -dijo la señora Wormwood. -Ustedes deben saber -comenzó la señorita Honey- que los niños del curso inferior de la escuela no suelen saber leer, ni deletrear ni hacer malabarismos con los números cuando llegan a ella. Los niños de cinco años no pueden hacerlo. Pero Matilda hace todo eso. Y si he de creer lo que dice... -Yo no creería -dijo la señora Wormwood, aún furiosa por no tener sonido en el televisor. -¿Mentía entonces -preguntó la señorita Honey- cuando me dijo que nadie le había enseñado a multiplicar y a leer? ¿Alguno de ustedes le ha enseñado? -¿Enseñado a qué? -preguntó el señor Wormwood. -A leer. A leer libros -dijo la señorita Honey-. Puede que le hayan enseñado ustedes y que haya mentido ella. Quizá tengan ustedes estanterías llenas de libros por toda la casa. Yo no podía saberlo. Puede que sean ustedes grandes lectores. -Claro que leemos -dijo el señor Wormwood-. No diga tonterías. Yo leo todas las semanas el "Autocar" y el "Motor" de cabo a rabo. -Esa niña ha leído ya un número asombroso de libros -dijo la señorita Honey-. Unicamente quería saber si provenía de una familia amante de la buena literatura. -Nosotros no somos muy aficionados a leer libros -replicó el señor Wormwood-. Uno no puede labrarse un futuro sentado sobre el trasero y leyendo libros de cuentos. No tenemos libros en casa. -Ya veo -dijo la señorita Honey-. Bien, todo lo que quería decirle es que Matilda tiene un talento extraordinario, pero supongo que ya lo sabrán ustedes. -Claro que sabíamos que leía -dijo la madre-. Se pasa la vida en su cuarto enfrascada en algún libro absurdo. -Pero, ¿no les llama la atención -preguntó la señorita Honey- que una niña de cinco años lea extensas novelas para adultos, de Dickens y Hemingway? ¿No les impresiona eso? -No especialmente -dijo la madre-. No me gustan las chicas marisabillas. Una chica debe preocuparse por ser atractiva para poder conseguir luego un buen marido. La belleza es más importante que los libros, señorita Hunky... -Me llamo Honey -corrigió la señorita Honey. -Míreme a mí -dijo la señora Wormwood- y luego mírese usted. Usted prefirió los libros. Y yo, la belleza. La señorita Honey miró a la vulgar y regordeta persona con cara de torta y pagada de sí misma que estaba sentada al otro lado de la habitación. -¿Qué ha dicho usted? -He dicho que usted eligió los libros y yo la belleza -dijo la señora Wormwood-. ¿Y a quién le ha ido mejor? A mí, por supuesto. Yo vivo cómodamente en una casa preciosa con un próspero hombre de negocios y usted trabaja como una negra, enseñándole el abecedario a un montón de niños horribles. -Muy cierto, ricura -dijo el señor Wormwood, lanzando a su mujer una mirada tan conmovedoramente tierna que hubiera hecho vomitar a un gato. [...] Roald Dahl, 1988.
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