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sábado, mayo 21, 2005 Érase una vez una débil anciana cuyo esposo había fallecido dejándola sola, así que vivía con su hijo, su nuera y su nieta. Día tras día la vista de la anciana se enturbiaba y su oído empeoraba, y a veces, durante las comidas, las manos le temblaban tanto que se le caían las habichuelas de la cuchara y la sopa del tazón. El hijo y su esposa se molestaban al verle volcar comida en la mesa, y un día, cuando la anciana volcó un vaso de leche, decidieron terminar con esa situación.Le instalaron una mesilla en el rincón cercano al armario de las escobas y hacían comer a la anciana allí. Ella se sentaba a solas, mirando a los demás, con ojos enturbiados por las lágrimas. A veces le hablaban mientras comían. Pero habitualmente era para regañarla por haber hecho caer un cuenco o un tenedor. Una noche, antes de la cena, la pequeña jugaba en el suelo con sus bloques, y el padre le preguntó qué estaba construyendo. - Estoy construyendo una mesilla para mamá y para ti –dijo ella sonriendo-, para que podáis comer a solas en el rincón cuando yo sea mayor. Sus padres la miraron sorprendidos un instante, y de pronto rompieron a llorar. Esa noche devolvieron a la anciana a su sitio en la mesa grande. Desde entonces ella comió con el resto de la familia, y su hijo y su nuera dejaron de enfadarse cuando volcaba algo de cuando en cuando. Hermanos Grimm |