Bienvenidos | ... pasen y lean |
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miércoles, septiembre 27, 2006 Me desperté hoy muy temprano, en un aturdimiento repentino, y me levanté enseguida de la cama, ahogado por un hastío incomprensible. Ningún sueño lo había provocado; ninguna realidad lo podría haber producido. Era un hastío absoluto y completo, pero fundado en algo. En el fondo oscuro de mi alma, fuerzas desconocidas trababan, invisibles, una batalla en que mi ser era el terreno de la lucha, y todo yo trepidaba bajo el embate incógnito. Una náusea física de la vida entera nació con mi despertar. Un horror de tener que vivir se alzó conmigo de la cama. Todo me pareció hueco y tuve la impresión fría de que nada tiene solución.Una inquietud enorme estremecía mis gestos mínimos. Temí enloquecer, no a causa del delirio, sino de esa verdad. Mi cuerpo era un grito latente. Mi corazón golpeaba como si hablase. Con grandes pasos falsos, que en vano intentaba cambiar, recorrí, descalzo, la pequeña extensión del cuarto, y la diagonal vacía de la habitación interior, cuya puerta, a un costado, da al corredor de la casa. Con movimientos incoherentes, imprecisos, rocé los cepillos sobre al cómoda, corrí una silla, y una vez golpeé, al balancearse la mano, el hierro frío de las patas de la cama inglesa. Prendí un cigarrillo, que fumé sin darme cuenta, y sólo cuando advertí que había caído ceniza en la cabecera de la cama-- ¿cómo, si yo no me había reclinado sobre ella?-- comprendí que estaba poseído, o algo así, en mi ser ya que no en mi nombre, y que la conciencia que yo debería tener de mí, se había intercalado con el abismo. Recibí el anuncio de la mañana, la poca luz fría que infunde un vago azul blanco al horizonte que despunta, como un beso de gratitud de las cosas. Porque esa luz, ese verdadero día, me liberaba, me liberaba no sé de qué, me extendía una mano hacia la vejez incógnita, le hacía fiestas a la infancia postiza, me amparaba en un reposo mendigado por mi sensibilidad desbordada. ¡Ah, qué mañana es esta que me despierta a la estupidez de la vida, y a su ternura inmensa! Casi lloro, viendo despuntar ante mí, debajo de mí, la vieja calle estrecha, y cuando las tapias del almacén de la esquina ya se muestran castaño sucio en la luz que empieza a derramarse, mi corazón siente un alivio de cuento de hadas reales, y empieza a conocer la seguridad de no sentirse. ¡Qué mañana esta pena! ¿Y qué sombras son las que se alejan? ¿Y qué misterios sucedieron? Nada: el sonido del primer tranvía como un fósforo que va a iluminar la oscuridad del alma, y los pasos sonoros de mi primer transeúnte que son la realidad concreta diciéndome, con voz de amigo, que trate de estar bien. Fernando Pessoa Texto enviado por Juliana González desde Colombia. lunes, septiembre 18, 2006 Un brazo nada más no es cosa malasi ves que el otro se convierte en ala. Y para qué dos pies, no es cosa buena, si a cuatro viva el alma suena. Tener mil pares de ojos para ver. te- ver-te- ver- te- ver. Y dos espaldas para tanta gente que sueña, pero sigue la corriente. Gabriel Zaid
(de "Escenas en el puerto") |